Alquimia psicológica: haciendo consciente el inconsciente para revelar el sueño del espíritu
Hacer consciente nuestro
inconsciente es el proceso fundamental para manifestar la individualidad (la individualidad
entre cuerpo, mente y espíritu); hacer consciente el inconsciente colectivos es
también revelar la unidad que nos identifica con el universo entero.
POR:
ALEJANDRO MARTINEZ GALLARDO
La división entre la realidad y los sueños en
ocasiones se puede difuminar o puede tener una demarcación arbitraria. La
fusión de estos mundos oscila entre la locura y la divinidad, la alucinación y
la creación mental: aquellos que viven la continuidad onírica-real son
fantasmas o bodhisattvas, la diferencia es la conciencia. Sin embargo, aquellos
que vivimos la fragmentación psíquica de los estados de vigilia y sueño de
cualquier forma estamos sometidos a nuestro inconsciente –la porción mayor y
dominante de la mente humana, que participa en la mente universal. Lo que
procesa nuestra psique cuando dormimos o incluso cuando estamos despiertos
pensando en algo, pero también siempre procesando información que se filtra
debajo del umbral cognitivo, construye y programa nuestra personalidad: que es
un compuesto. En cierta forma somos también lo que no hemos sido. Como el poeta
Fernando Pesssoa viviendo en universos paralelos, seres heterónimos que se
proyectan en jardines que se bifucran. O como el filósofo Robert Anton Wilson
atisbó a través de la exploración psicodélica, más allá de que el término pueda
sonar pretencioso, la psicología tiene una mecánica cuántica, existimos en
estados superimpuestos, aquí y allá, muertos y vivos, soñando y despiertos,
como aquel mítico gato de Schroedinger, o como el bit que es ceros y unos.
Integrar esto, las ramas que son nuestras vidas inconscientes, que se
desprenden del espíritu nodal, creo, es la alquimia del enigma existencial. El
paraíso perdido, esa larga letanía humana, es ser muchos; el paraíso recobrado,
es la unidad.
En la psique, como un crisol cósmico, cohabitan
los ángeles y los demonios, las aves y los reptiles. Hay un deseo de ir hacia
la luz, pero la única duración luminosa se erige sobre la sombra hecha
consciente. Existe en el hombre una sed de divinidad, de experimentar un
sentimiento oceánico, de ser todo uno, una cópula o fusión con aquello que
sustenta el universo, pero para apuntalar este impulso –que podemos llamar
celeste– necesariamente se debe de partir del reconocimiento de que el estado
actual de nuestra psique es la multiplicidad, de que, aunque asumimos la
narrativa de la personalidad como una unidad (un yo constante), en realidad
nuestra mente es plural: la individualidad (la indivisibilidad) es algo que
se puede lograr, pero no está de suyo dado. Para hacerlo es
necesario integrar todas nuestras personas, esto incluso significa integrar
todas nuestras vidas –si es que se suscribe a la teoría de la reencarnación– o
al menos integrar los elementos arquetípicos del inconsciente colectivo que se
multiplican (y nos dividen) dentro de nuestra psique. Jung lo explica:
Es bajo
esta evidencia [el estudio de los sueños] que los psicólogos asumen la
existencia de una psique inconsciente –aunque algunos filósofos y científicos
niegan su existencia. Argumentan ingenuamente que asumir esto implica la
existencia de dos “sujetos”, o (para usar la frase común) dos personalidades
dentro del mismo individuo. Pero esto es exactamente lo que implica
–correctamente. Y es una de las maldiciones del hombre moderno que muchas
personas padecen esta personalidad dividida. No es en ningún sentido un síntoma
patológico; es un hecho común que puede ser observado en cualquier lugar y en
cualquier momento. No se trata sólo del neurótico cuya mano derecha no sabe lo
que la mano izquierda está haciendo. Este predicamento es un síntoma de un
inconsciencia general que es innegablemente la herencia común de toda la
humanidad.
A más de 100 años de que Freud y Jung
empezaran a sondear las profundidades de la psique humana, el inconsciente (y
la mente en general) sigue siendo un enigma. Una forma de describir el
inconsciente es como una memoria holográfica de todo lo que hemos vivido que,
aunque no lo percibimos, se proyecta constantemente en nuestras redes neurales
y de manera un tanto subrepticia influye en nuestro estado conciente, moldeando
nuestra personalidad. Pero, si Jung estaba en lo cierto, esta memoria no se
limita a lo que hemos vivido como individuos sino se extiende a lo que hemos
vivido como especie –algo que coincide claramente con la teoría de la resonancia mórfica
y la memoria de la naturaleza de Rupert Sheldrake: todo lo pasado
sigue pasando, es presencia perpetua. Así tenemos un instinto, rasgos reptileanos
y todas las quimeras jamás ideadas por la mente, algunas más activas y
habituadas que otras, aún gestándose por debajo de la superficie del mar de la
conciencia. “Nuestras mentes están compuestas por la historia de la humanidad:
lo que los hombres han pensado ha influido la estructura de nuestras propias
mentes”, dijo Jung.
Aunque
nuestro inconsciente es por mucho la parte dominante de nuestra mente –ya que
difícilmente podríamos ser consciente de tanta información y vivir en un estado
de alerta interactuando con el mundo–, el “socio mayoritario” en el argot de
los psicólogos, raras veces, por definición, hacemos conscientes sus procesos
–y por lo tanto vivimos supeditados a la veleidad o a la voluntad de otra
“persona”, nuestro íntimo desconocido. Los sueños son por mucho la forma más
común en la que podemos observar los procesos in-formativos de esta naturaleza
oculta de nuestra mente, y revelar la película (otras formas incluyen la
meditación y el uso de sustancias psicodélicas). Pero hay un predicamento en
esta (auto)observación: los sueños se producen en símbolos; para descifrar
estos símbolos hay que aprender a hablar su lenguaje, el cual es bastante
complejo, intuitivo y a la vez arquetípico. Tiene cierta lógica económica que
lo onírico se manifieste en símbolos: ya que el inconsciente contiene tanta
información y es, en la gran mayoría de las personas, tan escasa la apertura a
su canal de comunicación, debe de comprimir su mensaje. Esto además condimenta
la existencia, le da, por así decirlo, cierto dramatismo; los sueños son
consustancialmente misterio y seducción.
¿Cuál es la importancia de descubrir
nuestro inconsciente y develar nuestros sueños? Primero, la mayoría de las
personas realmente no saben lo que quieren o, si es que existe una razón o
misión álmica, para qué están en este mundo, en este tiempo, en cierto cuerpo,
con ciertos padres. Pero si alguien lo sabe, es el inconsciente, ya que
contiene y maneja toda la información de lo que somos y hemos sido.
Poéticamente podemos decir que los sueños son las voces del espíritu que busca
manifestar su deseo en un cuerpo o las estrellas de los antiguos navegantes que
guiaban las exploraciones hacia nuevos mundos en la noche. Segundo, en un plano
que puede prescindir de lo espiritual, el inconsciente al contener la memoria,
los traumas y lo hábitos enraizados de nuestro ser, nos permite conocer por qué
somos así, cómo nos hemos hecho así. Si queremos modificar una conducta o sanar
una patología es vital primero conocer las causas, entender los mecanismos con
los que opera y entonces, en esa conciencia, podemos articular un cambio
profundo. De otra forma nunca podremos liberarnos de nuestro pasado y acceder a
la totalidad renovadora del presente. No podremos tomar control del auriga que
lleva nuestra existencia. “Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la
luz sino haciendo consciente la oscuridad” y “Lo que no se hace consciente se
manifiesta en nuestras vidas como destino”, escribió Jung. Y tercero, el no
observar detenidamente e interpretar el lenguaje de los sueños nos impedirá
acceder a una de las poderosas fuentes de creatividad, algo que es como un
curso para manifestar la mente en la realidad. El sueño con sus imágenes y su
narrativa surreal nos acerca a la conciencia de que la realidad puede ser
manipulable y que podemos intervenir en su desarrollo.
Es simple, pero quizás no haya
sabiduría más profunda que el axioma de: “sé tú mismo”. Para ser tú mismo es
indispensable invocar otro de los máximos populares que con mayor inteligencia
atraviesan la historia del pensamiento humano “conócete a ti mismo” (inscrito
inmortalmente en Delfos y recientemente en Matrix).
Recurrimos a chamanes, adivinadores, psicólogos y demás intermediarios para
conocer o intentar descubrir el cauce de nuestro futuro, pero nosotros somos el
oráculo (los maestros son el espejo). El oráculo es nuestro pasado, y no
dejaremos de vivir en el pasado hasta que no hagamos lúcido nuestro
inconsciente; y es que queremos quizás escapar de nuestros atavismos, limpiar
lo pasado y encontrarnos con lo que nos predijimos en el amanecer.
La individuación, tan solo eso, sin
épicas ensoñaciones de grandeza, es suficiente para la realización humana. Las
particularidades de nuestra vida, si tenemos esta u otra profesión, esta u otra
pareja, son sólo detalles formativos, posibles procesos de revelado, que sólo
tienen significado en la medida en que contribuyen a la manifestación de nuestra
individualidad. Creemos que nuestra realización está cifrada en ser algo o en
estar con alguien, pero me parece, haciendo eco de Jung, que la profunda
realización humana es simplemente hacer consciente lo inconsciente: esto
inevitablemente hace que el sueño de nuestro espíritu se realice. Más allá del
bien y el mal, el ser surge desde el abismo, desde las aguas profundas donde
aletea la serpiente primordial. Finalmente hacer consciente nuestro
inconsciente, surfear lúcidamente por los mundos paralelos de los sueños es la
enseñanza principal para atravesar el río de la muerte con sus espejismos,
donde, de otra forma, caeríamos en la inconsciencia absoluta y seríamos
devorados por Anubis –reintegrándonos al Todo, pero sin mantener nuestra
individualidad, nuestra conciencia de ser el Todo.
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